Cómo evitar un “malentendido” versión Sebastián Piñera

Columna publicada por El Mostrador el miércoles 20 de septiembre de 2017.

Sebastián Piñera cometió un error al no asistir al Tedeum Ecuménico en la Catedral Metropolitana. No solo porque sus argumentos fueron débiles y estuvieron muy poco a la altura de quien postula a la Presidencia, sino porque también entregó una señal confusa precisamente a una parte del elector que se disputa con José Antonio Kast, y que puede ser decisiva para los planes que tiene su comando: quitarle votos al ex UDI para marcar una diferencia psicológica el 19 de noviembre, que les deje el camino más despejado para enfrentar la segunda vuelta. La derecha tradicional tiene mucho más cercanía con la postura actual de la Iglesia católica, representada por Ezzati, y no precisamente con los evangélicos.

El ex Mandatario anunció, días previos a esta tradición republicana que se realiza desde 1811, que no asistiría para evitar “malos entendidos”. Se refería, por supuesto, al bochornoso incidente de la semana anterior, en que el mundo evangélico le propinó un duro golpe a Michelle Bachelet. El hecho no solo fue una falta de respeto a la Presidenta, sino que representó una expresión de fanatismo, escasa tolerancia y uso de un lenguaje muy distante del que se espera del mundo religioso. ¿Qué se les puede pedir entonces a otros grupos, como a una barra brava o unos manifestantes que hacen una funa a una autoridad, si los religiosos se comportan de esa forma?

Pero lo cierto es que el cambio repentino de los oradores –quien usó el tono más duro, además de pastor evangélico, fue gobernador por cuatro años en el Gobierno de Piñera y es candidato a diputado por Chile Vamos–, los aplausos muy poco espontáneos al ex Presidente, los gritos desenfrenados y de un nivel de grosería inédito contra una Jefa de Estado en un templo espiritual, dejaron muchas dudas acerca del origen de este verdadero acto de campaña. Llamó la atención  que Piñera ni siquiera fuera “políticamente correcto” y condenara el ataque a Bachelet, mal que mal, lo que estaba en juego en ese momento era la dignidad de la máxima autoridad del Estado.

Sebastián Piñera argumentó, además, que el 18 de septiembre prefería disfrutar a sus nietos. Muy legítimo, por cierto, pero sospechoso cuando se trata de uno de los eventos más importantes del año para las autoridades de un país. La verdad es que el ex Jefe de Estado intentó esquivar una situación en que corría riesgos evidentes. De seguro, la Presidencia habría tomado resguardos con la jerarquía eclesiástica. Los invitados estarían claramente más equilibrados y, lo más importante, ni siquiera Ezzati permitiría un bochorno que lo dejara a la misma altura de lo ocurrido con los evangélicos. Michelle Bachelet sería la protagonista –fue aplaudida al entrar a la catedral– y Piñera uno más entre los otros candidatos.

De más está decir que el Tedeum fue un acto en que se reflejó mucho más el país real, no el de los evangélicos, que representan el 15% de la población. Por supuesto que Ezzati planteó la postura de la Iglesia respecto del aborto e incluso deslizó su oposición al matrimonio igualitario, pero fue cuidadoso y desde donde corresponde a un país que tiene separados los poderes del Estado. El religioso señaló que redoblarían sus esfuerzos para apoyar a las mujeres a evitar que abortaran, pero siempre respetando la legalidad del país.

Ezzati sabe que el 70% de los chilenos está a favor de la despenalización en tres causales, y su rol es precisamente trabajar para convencer a las católicas de que no utilicen la ley. De seguro la Iglesia debe estar pensando cómo acercarse y entender a esos chilenos que han cambiado tanto en las últimas décadas y que incluso ya no se autocalifican como católicos. Pero, además de los temas valóricos, en el Tedeum se abordó la situación de los inmigrantes, la diversidad, la violencia intrafamiliar, el femicidio y otros tantos problemas que afligen a la sociedad chilena –que denominó “nubarrones”–, como la necesidad de devolver la confianza en la política, el drama de los niños, las pensiones dignas y la desprotección de los adultos mayores.

Piñera se perdió de ser protagonista de ese momento de cercanía con el Chile diverso. De militares y migrantes entregando sus ofrendas al altar. De autoridades y candidatos presidenciales dándose el saludo de la paz.

Pero, más allá de la negativa a concurrir al Tedeum, esta conducta parece más bien estar reflejando una disposición del ex Presidente a evitar espacios que lo igualen con sus competidores. La convicción del triunfo holgado parece estar imponiendo el criterio de mantener la distancia y evitar cometer errores o recibir ataques que lo hagan perder la calma, como le ocurrió en las primarias de Chile Vamos.

Es cosa de revisar el último período de la campaña. Fue el único candidato presidencial que no asistió al debate acerca de ciencia y tecnología. Tampoco concurrió a La Moneda para el 11 de septiembre, pese a que Kast estuvo presente. También advirtió que solo debatiría con Guillier y Sánchez, pero la presión de los medios y el resto de los candidatos fue tan fuerte, que tuvo que cambiar de posición y aceptar, a regañadientes, participar en tres debates.

Definitivamente, el error de no estar en el Tedeum debe haber dejado intranquilo a su equipo. En los dos meses que quedan de campaña la exigencia por verlo confrontar ideas, incluso con Kast, va a ir en aumento y será difícil seguir eludiendo los espacios menos controlados. Es lo que se espera de todos los candidatos, incluido el que va primero en la carrera y aunque, a veces, se produzcan “malos entendidos”.